sábado, 16 de febrero de 2008

Esa incomoda curaduría...


















por H. Marcelo Zambrano U.
Licenciado en Artes Plásticas, Universidad Central del Ecuador.

Periodistas, poetas, historiadores del arte, arquitectos, artistas, críticos, teóricos, decanos de facultades de arte, antropólogos, sociólogos, actores de teatro y, ahora, los vecinos del barrio, todos pueden ser curadores de una exposición de arte contemporáneo. El curador aparece en los afiches de promoción de exposiciones, en las invitaciones, en los catálogos, se lo menciona en los conversatorios y en las charlas sobre arte y es el tema de moda en blogs y foros especializados en la red, es decir, su presencia ronda permanentemente las esquinas del mundo del arte. Sin embargo, qué se esconde tras la figura de este complejo personaje que ha provocado que en el ámbito artístico se hable permanentemente –¿mal?– de él.

La extraña figura del curador a menudo es confundida con otra presencia menos extraña: la del crítico de arte, si bien, tanto el ensayo curatorial como el teórico-crítico se complementan en ciertos casos el uno con el otro, su origen es diferente. Actualmente resulta difícil aislar la función del crítico con el papel que cumple el curador, debido a la cantidad, cada vez más creciente, de críticos que se dedican a la curaduría y por la emergencia de procesos curatoriales que intentan aparecer como posturas críticas.

Antes de continuar, definamos el término “curador”. La palabra curaduría viene del latín cura, que significa cuidado, y del latín curator que define al encargado del cuidado y la custodia de algo. Por tanto, se podría definir a un curador como la persona que tiene a su cargo el resguardo y la conservación de algo y que, además, presta especial atención al valor de ese algo, demostrando por ende que posee el suficiente conocimiento tanto acerca de ese algo como sobre su valor. Antiguamente los curadores, en el sentido anotado, eran conocidos como “conservadores”: personas de suma confianza elegidas por reyes, sacerdotes u otras autoridades para la custodia y la conservación de figuras e imágenes religiosas.

Sin embargo, actualmente este carácter metodológico de la curaduría ha dado un giro sin interrumpir la relación de ésta con sus orígenes, es decir, ha dejado de lado la colección, custodia y conservación de objetos para pasar a producir enlaces teóricos entre ellos, empero, sin alterar su relación directa con alguna forma de poder institucional que ha pasado de ser monárquica y religiosa a mantener relaciones diversas y seglares –pero no por ello menos poderosas— con museos, colecciones, centros culturales o el mismo Estado.

Ahora bien, se podría definir el trabajo del curador como la construcción, investigación y delimitación de una premisa discursiva que se visibiliza a través de la selección de un conjunto establecido de obras que, fundamentándose en esa premisa, se organizan espacialmente en un lugar determinado. Así, el resultado del trabajo curatorial es la producción de un ensayo teórico/visual –escrito y expuesto– que propone nuevas formas de interpretación del arte e invita a la reflexión sobre conceptos subyacentes en las obras escogidas.

Pero, según lo anotado ¿cuáles son los factores que han permitido en nuestro contexto el surgimiento de la curaduría? y ¿cuál es, actualmente, su relación con las instituciones de poder?

Desde mi perspectiva, la curaduría surge en nuestro medio como resultado de la reconfiguración de los espacios del arte contemporáneo y la progresiva “espectacularización” de las manifestaciones artísticas.

La nueva configuración espacial del arte, a través del intento de descentralización de los eventos culturales y la consecuente emergencia de espacios alternativos y las nuevas formas de organización cultural, obliga al aparecimiento de nuevos mecanismos de legitimación dentro del mundo del arte, entre ellos, la figura del curador.

Por una parte, se fomenta la idea del museo como el único lugar de la cultura, mediante la creación de nuevas instituciones cualificadas que regulen y controlen la producción artística según las directrices y políticas culturales de cada institución. Y por otra, se promueve la figura del curador, muchas veces parte integrante de estas instituciones o pagado por ellas, como el único sujeto legitimador de los procesos artísticos, es decir, el curador como eje articulador de un nuevo sistema de poder cultural que pugna por evitar que el control y la administración de la producción artística se descentralice y evada, de esta forma, los sistemas de regulación.

La institución-arte –según José Luís Brea– se ajusta a la codificación del sistema neoliberal imperante que necesita el surgimiento de un agente negociador, mediador, que desvíe las críticas hacia ella o hacia el sistema, que se venían ejerciendo tanto desde el arte como desde la crítica de arte. Por ello, se puede sugerir que la burocracia de las instituciones culturales, ligadas de una u otra forma al establishment, han encontrado en la figura de la curaduría una nueva forma de articular estas relaciones de poder.

Por otro lado, la tendencia del producto artístico a convertirse en un objeto no comercial ha provocado que las obras de arte se acompañen permanentemente de enganches y atracciones que las han transformado a través del tiempo en “espectáculos” tipo reality show, en los que la búsqueda de protagonismo obliga a dejar de lado los presupuestos éticos y creativos. En este sentido, se puede mencionar la “espectacularización” de la pobreza disfrazada de crítica social o la “estetización” de las nuevas tecnologías que en muchos casos ocultan falencias creativas. Temas comunes en los proyectos de arte contemporáneo en los últimos años.

Es en este contexto donde surge la figura del curador, que en una suerte de director de orquesta, traduce, explica y selecciona –siempre según su criterio inapelable– las crípticas propuestas artísticas contemporáneas y elabora un libreto, en forma de guía práctica-teórica, al que han de ceñirse todos aquellos interesados en estas nuevas formas de “espectáculo”.

A esto se suma el declive de la representación del artista como paradigma "bohemio" de la decadencia de la modernidad, que ha provocado que el lugar protagónico del arte lo ocupe el curador, figura menos emocional, comprometida más intelectual y menos ideológicamente con el arte y relacionada directa o indirectamente con alguna forma de institución. Por tanto, figura maleable a la hora de promocionar determinados artistas o determinada corriente artística, siempre según la dirección en la que corra el viento internacional de la novedad.

Sin embargo, no todo es tan apocalíptico como aparenta. La visibilización del curador en nuestro medio coincide con un momento de producción artística continua, tanto práctica como discursivamente, que ha permitido la apertura al diálogo y ha generado reflexión en diversos espacios artísticos alternativos, así como la creación de colectivos de artistas que, conscientes de las particularidades del contexto, mantienen una postura crítica con respecto a los proyectos curatoriales emergentes y a los movimientos y maniobras de las instituciones artísticas y culturales. Es decir, la figura del curador, más allá de su relación con el poder institucional, ha propiciado un considerable incremento en la dinámica cultural de nuestro contexto, promoviendo la necesidad de determinadas competencias teóricas tanto en los artistas, como en los espectadores. No obstante, es necesario que la curaduría asuma su responsabilidad y clarifique sus lineamientos metodológicos y de socialización.

Por tanto, y para finalizar, es necesario proponer que las curadurías, debido a su carácter público, transparenten sus mecanismos de selección y socialicen de forma más amplia su trabajo investigativo, para evitar el malestar que ocasiona la actitud dictatorial de su trabajo y su cercanía al poder institucional. El trabajo de la curaduría debe desarrollarse paralelamente al de los artistas, sin oponerse y mucho menos sobreponerse a él. Debe trabajar por el progreso, afianzamiento y sustentación del medio artístico –en crecimiento como el nuestro– y no amparar el establecimiento de grupos de poder que, escondidos tras la figura del curador, reparten prebendas y beneficios a unos pocos.

La curaduría, al igual que apareció, puede desaparecer cuando ya no sea funcional a determinados intereses, mientras los artistas en cualquier sociedad, seguirán siendo siempre necesarios.

Fuentes
-Brea, José Luís, La tarea de la crítica (en siete tesis) en: salonkritik.net/06-07/2007/10/la_tarea_de_la_critica_en_siet.php
-Brea, José Luís, La crítica de arte -después de la fe en el arte- en: agenciacritica.net/archivo/2006/04/la_critica_de_a.php
-Glusberg, Jorge, Museos fríos y calientes, Buenos Aires, 1983.

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